EN LA SOLEDAD, EL LIBRO

—En la soledad de mi espacio, sólo la compañía de siete libros impulsa mi alma hacia adelante. Mi celda me atrae únicamente porque en ella encontraré refugio en lo que esas siete obras me repiten día a día desde hace años. Hace mucho tiempo que perdí mi fe, que ya no creo en el dios al que prometí adoración eterna, privaciones materiales y una entrega absoluta. Ahora, pienso, es tarde para comenzar de nuevo. Por eso, los libros son mi única balsa para poder salvarme en esta vida. De la otra salvación, ya ni hablo, ni tampoco me la planteo, pues me parece perder el poco tiempo de que dispongo en fútiles preguntas. Sin embargo, llegar a la celda y sumergirme en estas historias, en estas ideas codificadas por la palabra, suponen el mayor (y único) placer que me está reservado todavía. Poder recorrer con mis ojos las mismas letras que fueron escritas hace siglos por autores tan solitarios como yo y con problemas similares a los míos, es algo que aunque se quisiera no se puede agradecer bastante; no sabría cómo, ni a quién rendir esa pleitesía. Tan sólo hacer lo que hago: leer de continuo esas frases hermosas, desarrollar mentalmente esos ingeniosos diálogos, imaginar cuanto se me cuenta, sucediera o no, y aguardar sereno el último acto que finalice mi recorrido. Mientras, transido de soledad, mis manos y mis ojos se alimentan al unísono con las palabras de este libro.

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