A LA ENTRADA DEL JUZGADO

En Burdeos, en verano, con un nublado bochornoso inhabitual en esa estación, tres niñas aguardan a la puerta del Ayuntamiento, impacientes. Como van vestidas con galas impropias de su edad, y teniendo en cuenta que es sábado, lo más probable es que se trate de una boda. Seguramente, son las damas de honor de algún enlace que se va a producir en breve. Pero pasan los minutos, y sus rostros serios de desasosiego no auguran nada bueno. Parece que la situación, que debiera ser de alegría, se torna poco a poco en ansiedad. Las caras bien lo demuestran.

Pero al final llega la comitiva. Un coche, muy engalanado, con el padrino y la novia. Nos sorprende que llegue ella antes que el novio, que no se halla. Las caras de preocupación se nos contagian a quienes presenciamos la escena desde fuera. Tras largo rato, llega el novio, andando, bien vestido, aunque sudoroso, de la mano de quien parece su madre (o su futura suegra), que parece llevar más prisa que él y arrastrarle en su camino hacia adelante. Al final, se encuentran todos en la entrada del recinto. Las caras largas y las miradas que se cruzan no dejan lugar a dudas sobre los reproches que se lanzan. Las niñas no pueden reprimir su cansancio, y explotan. “Ya te vale… Ya nos advirtió mamá que no tenía nada claro que vinieras”, le espeta la mayor. “Jo, papá, dijiste que serías puntual”, suelta la mediana. “¿Me pongo a tu lado, papi?”, pregunta amorosamente la pequeña.

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