DORMIR POCO SIN INSOMNIO

Duermo pocas horas. Pero no padezco de insomnio alguno. Duermo poco por propia iniciativa, porque el día se me queda corto. Necesito más horas, y dormir me parece, como a Descartes, Nietzsche, Hemingway y tantos más, una pérdida de tiempo. Sé que no lo es, pero a mí sí me lo parece. Sé que no lo es, porque también sé que el sueño es un proceso generalizado en los seres cordados, esencial en la regeneración neuronal, clave en el asentamiento de los conocimientos y las emociones. Pero también sé que me parece que pierdo el tiempo porque me impide realizar otras actividades que me procuran gran placer. Y aquí vendría la advertencia de alguien que me señalaría: “pero ¿y los sueños? ¿no te resultan gratificantes?” . Y yo contestaría que sí, que seguramente sí, porque me consta que los tengo. Pero el problema es que no puedo recordarlos, o al menos no recuerdo la inmensa mayoría de ellos, ni los buenos, ni los regulares, ni los malos, ni las pesadillas, suponiendo que haya habido, que no me constan, vamos. Así que dormir ¿para qué? Pues para descansar el cuerpo. Y yo para eso, con cuatro o cinco horas voy que (me) chuto. Eso sí, si pudiera recordar los sueños, no me importaría dormir más. Sería uno de los deseos que le pediría al genio de la lámpara. Sería maravilloso. Mis escritos ampliarían su temática, sus argumentos, sus fantasías. Mi humor combinaría más registros aún, si cabe. Mis conversaciones tendrían un contrapunto inconsciente -acaso loco- del que habitualmente carecen. Mis recuerdos incorporarían elementos no sucedidos a su elenco temático. Todo yo cambiaría. A mejor, seguramente. Pero no se da el caso. Por ello, y mientras la prescripción facultativa no venga a joderlo todo, de momento seguiré durmiendo poco y produciendo y (divirtiéndome) más.

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