RECURRENTE TENTACIÓN

Por los corredores del claustro, los monjes transitan pausadamente, mientras leen. Alguno piensa, aunque sabe que a determinadas horas no está permitido. Pero piensa. Las galerías del claustro son recorridas un número infinito de veces, como se rezan las jaculatorias o los mantras, para que con la repetición las mentes vuelen, se abstraigan, se purifiquen. Pero ese monje piensa y recuerda. Y cuando lo hace, la lectura se le escapa de las manos, y pareciera que sus pasos se vuelven más lentos y torpes. De súbito, la campana toca a completas, y el recuerdo se desvanece de golpe. El descanso se acerca, tras la dura jornada. Pero el monje nostálgico sabe que la tarde y la noche se sucederán sin transición, porque aquellos ojos se han vuelto a asomar a su memoria, y que aquel cuerpo, presentido y ansiado, jamás tocado, se hará presente en sus sueños de nuevo. Sabe que el pecado le aguarda en la aciaga oscuridad, una noche más. Sabe que no debe y que no puede siquiera imaginar. Pero mientras, cabizbajo y derrotado, cierra el libro y se dirige a su celda, intuye que en esas horas nocturnas, como tantas otras veces, volverá a dejarse ir. Entonces se le marca en el rostro una sonrisa leve, llena de significado. Y ya en la celda, las paredes se iluminan de nuevo.

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