Pienso en tantas cosas. En tantas personas. En tantas situaciones. En tantas películas, tantos libros. Quizá, de todo en demasía. No alcanzo a entrever si lo correcto es el exceso o la justa medida. Por otra parte ¿qué es lo correcto?, ¿dónde se llega a sobrepasar la justa medida? Y ¿qué es la justa medida?

Pienso en que este fin de semana ha estado bastante bien en León. Sobre todo, porque mi madre estaba alegre, y cuando mi madre tiene ánimo, todo fluye, todo irradia una luz que empapa cada rincón adonde llega. Por lo demás, con mis amigos, bastante bien. Confidencias, calor, discusión. Todo bien. Entre medias de una temperatura nocturna deliciosa.

Pienso en que este mes he visto a demasiadas personas, que me he dedicado bastante menos a mi soledosa existencia, pero no es algo que me altere de modo especial. Tan sólo lo consigno, pero no lo hago con resignación, ni aceptadamente, ni con síndrome de abstinencia, ni con añoranza, ni con crítica. Sólo como una anotación digna de ser leída más adelante como un sucedido más.

Pienso en que mañana —ya hoy— recogeré las fotocopias del Palabrerío canalla, las encuadernaré, me iré a Oviedo, registraré una copia como propiedad intelectual e iré, de paso a entregar un ejemplar para su examen a la editorial Nobel, y al día siguiente, o ese mismo, si me diese tiempo, a la editorial Llibros del Pexe, en Gijón.

Pienso en que pretendo iniciar la andadura previa a la publicación de un libro mío. Pienso en los sinsabores que me esperan y en cómo mi escepticismo segregará la actitud adecuada para evitar desgarrones o que las heridas no sangren mucho ni durante mucho tiempo. Pienso que no sé con exactitud por qué lo hago, sabiendo como sé que su interés es mínimo para cualquiera que no me conozca un poquito y contraste lo que sabe de mí con lo que ahí se refleje.

Pienso, pienso, cuando lo que debiera estar haciendo es dormir, para poder aguantar el tirón de mañana, ya hoy.

Del diario Escorzos de penumbra, entrada de 26 de Julio de 1999; 1 h. 07 m. AM