OROPELES Y APARIENCIAS

Resulta claro que este vehículo va engalanado de más para una ocasión especial: una boda. Porque hay que decirlo, y confirmarlo: la gente se sigue casando de un modo oficial y religioso. El contrato ancestral sigue teniendo adeptos. Y eso que hoy existen múltiples y aceptables alternativas. Pero son muchos más quienes incurren en el contrato matrimonial a la vieja usanza: el que conlleva una ceremonia aparatosa, con simbología devota, impostada o no, a la que se le añaden cada vez más elementos que lo convierten en un escaparate de apariencias, rituales, oropeles.

No hablamos por hablar. El coche -bien se ve- no es uno cualquiera. Se trata de un Roll-Royce, uno de los automóviles más caros del mundo, dado que su producción es casi enteramente artesanal, y cuya tradición, fama y prestigio se remontan más de cien años atrás. Sabemos que no es propiedad de la familia de los contrayentes, sino que ha sido alquilado para la ocasión a un precio escalofriante. Como el del banquete, como el de los vestidos y trajes, como otros alquileres y servicios, y las múltiples menudencias que un evento así ha ido incorporando. El resultado total es un gasto inaudito cuya única utilidad es la de lograr que quede asegurado para todos el recuerdo de que ese enlace matrimonial fue algo único e imperecedero. Olvidando, claro está, que en ese terreno no hay nada único, y que nada permanece siempre; y los matrimonios, si nos fiamos de las estadísticas, menos. Las expresiones de sorpresa y los porqués se repiten de continuo en quienes observamos desde fuera.

Pero las respuestas no pueden apelar a la lógica, sino que tienen que ver con rasgos humanos ancestrales, que señalan a la necesidad de aparentar más de lo que se es, al deseo íntimo de que lo que les pasó a los demás no se repita en cada caso, a la ilusión de que esa riqueza ficticia y puntual atraiga una suerte que ratifique la secular esperanza que inspiró esa nueva unión. No importa que no se crea en la religión bajo la cual uno finge la mecánica del rito. Da igual que ese dinero invertido fuera imprescindible para otras necesidades más básicas y hubiera, incluso, que recurrir a algún crédito. No afecta ya que los diversos sectores de servicios se aprovechen del tirón de la demanda, y encarezcan unos precios ya de por sí desorbitados. No se repara, pues, en gastos de ceremonia, vestimentas, reportajes. Por eso el rolls -¡qué menos!-se alquila igualmente. Y todo prosigue como se planificó. Los reproches y otras acusaciones surgirán más adelante.

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