OLVIDANDO AL GALOPE

Apartado de todo, el jinete ordena a su montura acelerar la marcha. Tras el paso corto, el trote, y luego, ya al final, un galope rápido y más prolongado. Ajeno a todas las preocupaciones de su casa, subido a una atalaya que el ser humano supo apreciar desde época inmemorial, todo se ve distinto, a otra altura, con otras dimensiones. A lomos de su caballo fiel, el mundo adquiere otra complejidad, y el viento acaricia su rostro, para sublimar la ausencia de otro contacto, recientemente desaparecido. El golpear rítmico de los cascos sobre la arena forma un patrón repetitivo que facilita el olvido. El horizonte cambia a cada zancada; sube, baja. Al lado, el mar proporciona el trasfondo sonoro perfecto: monocorde y neutro. La mar se acerca en oleadas continuas a consolarlo. Sólo el caballo sabe por qué recorren la playa vacía, con ese ímpetu, con esa violencia. Sólo el caballo comprende a su dueño, y le ayudará en su cometido sin preguntar, hasta que ambos terminen agotados: uno, por pensar y sentir de continuo; otro, por transportar un cuerpo pesado que piensa y siente en exceso.

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