MOTIVACIÓN SUPLEMENTARIA (MICRORRELATO)

Mis alumnos saben muy bien cómo levantarme el ánimo. Nadie como ellos, para ofrecerme motivación, cuando tengo el día bajo. Soy bueno dando mis clases. Aunque demasiado blando, si me apuran. Mi excesiva empatía a veces me desborda. Soy tan bueno, que jamás levanto la voz, mi carácter lo asume todo y me llevo los problemas para casa. Pero no siempre fui así. Tengo resabios del pasado. Y necesidades sin cubrir. Por eso, los más perspicaces, los que me conocen de otros cursos saben bien cómo motivarme en horas monótonas, llenas de inercia o de atonía. Basta con que, mientras explico algo de Egipto o de la Edad Media, alguien haga alusión a un documental de Discovery Max, donde se apunta la posibilidad de que todas las civilizaciones antiguas provengan de una pre-civilización anterior, instruida, ¡cómo no! por una pródiga población extraterrestre, que se apiadó de nuestro primitivismo y tuteló los inicios de la civilización. Aunque también sirve que, cuando enumero las órdenes militares que surgieron al albur de las Cruzadas, alguno mencione el penúltimo programa del espacio Cuarto milenio, donde se daban abundosísimas pruebas científicas del carácter místico-capitalista de los templarios, conectados con varias conjunciones planetarias que les habría habilitado para su misión. O, si, insistiendo de este modo, no paso a mayores, pueden usar unas fotocopias de la revista Más allá (que alguno siempre tiene disponibles, por si acaso), donde se documenta con exhaustividad que las desapariciones del Triángulo de las Bermudas tienen que ver de forma directa con las causas de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín. Es entonces cuando pongo la voz en cuello, las venas se me hinchan, profiero tres o cuatro excesos lingüísticos, y les suelto que si siguen por ese camino, más les valdría suicidarse en masa como se cuenta en el mito de los lemmings. Después de eso, y de paralizar de inmediato el pulso de los más timoratos, consigo un silencio sepulcral en el aula, que sólo a los más novatos impresiona y asusta. A continuación desmonto una a una las falacias que me han propuesto. Y al final, como colofón, doy un gran golpe sobre la mesa y pregunto, bien alto: “¿Está claroooooo?”. Ellos asienten con unanimidad aquiescente. Y ahí acaba la cosa. Hasta la siguiente vez, en uno o dos meses.

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