MAX AUB, COMO ATENUANTE (MICRORRELATO)

Sí, señor juez, ya confesé en su momento. Pero debe usted saber que ese libro me produjo un efecto de euforia como nada en la vida había logrado, ni siquiera conseguir tras acoso y derribo a la Micaela, la moza de mejor cuerpo de mi pueblo. Es que ese libro… lo decía todo con exactitud, no sobraba nada, es perfecto: unas pocas líneas y ya era todo. Tendría usted que leerlo, de verdad, es muy chiquito, apenas 80 páginas mal contadas. Y ahí se ve todo, cómo se puede justificar casi cualquier asesinato o, al menos, argumentar atenuantes. Comprenderá que con semejante lista de excusas, no iba yo a desaprovechar la mía. Y además, mi mujer nunca debió compararme con el Monterroso. Bien sé yo que nunca llegaré a su altura (la literaria, ya me entiende). Pero con esas cosas no se juega, no. No, cuando se lleva intentando toda una vida conseguir una obra maestra, imperecedera, que persista en las antologías cuando yo ya no exista. Señor juez, debe ser usted justo, debe comprenderme. Léase el libro, señoría, se lo ruego. No hay mejor manual de jurisprudencia.

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