MALDITA EDUCACIÓN -ÓRDENES SON ÓRDENES- (MICRORRELATO)

Cuando el hombre del sombrero le dijo que venía a reclamar la deuda contraída con sus jefes, tantas veces demorada, el padre de familia se echó a sus pies, gimiendo, señalando lo destartalado del apartamento, la condición casi indigente de su familia, que contemplaba la escena en un silencio aterrorizado, sobre todo, los niños. El hombre se quitó el sombrero, lo dejó sobre la mesa. Dejó que el hombre hablara y hablara, mientras lo miraba, con cierta pena, y también miraba a la mujer, joven y avejentada, y a los niños, pegados a ella. Cuando el hombre dejó de gimotear, prorrumpió en un llanto sordo, que imploraba una nueva dilación, algo de misericordia. El encargado de cobrar la deuda le puso la mano en el hombro, y le dijo que se levantara y le mirara bien. Le explicó que entendía todo cuanto le había dicho, su situación personal, la del barrio, en franco declive, las dificultades de lograr otro préstamo con que satisfacer deudas pasadas. Él mismo había tenido unos comienzos difíciles, que le resumió por encima. El hombre se fue acercando a su mujer, y se integró con ella, y así los cuatro formaron una piña más compacta, una unidad directa a la que iban dirigidas aquellas palabras amables. Recogió su sombrero. Les sonrió, abrió los brazos como diciendo “qué se le va a hacer”. Hizo una última pregunta con un tono de voz suave, y comprensivo. La nueva negativa apenas tuvo tiempo de ser pronunciada. El tiro apenas se oyó, pero resultó certero, sobre el pecho. Luego, salió dejando a sus espaldas una sordina indefinida de llantos, que se difuminaba a medida que se alejaba. Cuando volvió al coche, volvió a pensar que su educación le seguía influyendo demasiado. Le molestaba que al final volviera a quedar en los ojos del muerto un brillo de última esperanza, como de haber visto una solución final. “Pero órdenes son órdenes”, se consoló a sí mismo, a modo de explicación. Como hacía siempre.

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