LA RAREZA DE SALVADOR SOBRAL

Baste decir que a mí lo de Eurovisión me la trae al pairo, se me da una higa, me importa un carajo, o me la rempampinfla -valga la expresión-, para que quede bien sentado que si escribo del asunto es porque ha sucedido algo inesperado, con lo que nadie contaba, y que permite albergar cierta esperanza de que no todo está perdido, y que, de cuando en vez la belleza y la calidad minoritarias triunfan sobre la zafiedad y el espectáculo circense mediático en lo que se ha convertido casi todo. Añádase también que no vi la “gala” en directo, sino sólo la actuación del ganador, de resultas de las noticias que vi al día siguiente.

Lo que había pasado era que en un concurso donde el desparrame generalizado y progresivo ha generado engendros de penoso recuerdo, un joven portugués de nombre Salvador Sobral, se había propuesto ganarlo desde las esencias y al modo salmonero, con toda la corriente en contra. El tipo, convengamos en ello, es muy raro. Al parecer, padece varios problemas físicos y acudió al certamen enfermo y recién operado. Su vestimenta, que según parece intenta ocultar todo su cuerpo, va sobretallada y es de corte anticuado. A mayores, canta solo, sin gran parafernalia instrumental. Y en portugués, es decir, la lengua del país por el que participa, en plena vena anglófona homogeneizadora y repelente. Y sin coreografías extraterrestres. Y sin gorilas ni guitarras de juguete. Y sin aparentar otro sexo. Convengamos, el tipo es raro; muy raro. Pero a esto habría que añadir que Portugal nunca había ganado el festival, y que de hecho le sugirieron adaptar la canción que presentó para acomodarse mejor a la mierda sonora que triunfa en dicho concurso. Pero, no. El tipo, con todo en contra -todo-, dice que no, y que lo haría como de hecho se pudo ver. Sorprende que los fulanos de su país no lo rechazaran como habrían hecho en todos los demás países. Pero, el caso es que apostó por lo que él es. Y, sorprendentemente, la belleza de esa canción maravillosa (con ecos de fado y bossa nova y guiños muy reconocibles para quienes entienden de música), la extraordinaria y plástica voz que posee, y el sentimiento que emana de esa combinación, deja estupefacto a quien posea algo de sensibilidad. Lo que me ha sorprendido es que esa epidemia de sensibilidad haya brotado precisamente ahí, en el festival musical más hortera y esquizofrénico que se ve por estos pagos (excluyo Estados Unidos del conjunto, por motivos obvios). Me gustaría pensar, como algunos comentaristas, que esto es un punto de inflexión en el futuro del certamen, pero más bien creo que ha triunfado lo de siempre, la rareza, cuanto más rara mejor. Sólo que, esta vez, el raro era bueno, inclasificable y sobresaliente. Por desgracia, no dignifica al concurso, pero me ha proporcionado unos instantes de efímera esperanza y unos minutos de entusiasmo musical delicioso.

Deja un comentario