LA MANO QUE SOSTIENE EL LIBRO

En pleno mundo digital, en el que toda la información puede ser descompuesta en ceros y unos, incluyendo todas las letras de todos los alfabetos, reconforta contemplar una mano que sostiene un grueso volumen, memoria de humanos, como antaño sucedía.

Se trata de un molde de yeso pintado para una obra capital de principios del siglo XV, como fue el Pozo de Moisés, obra de Claus Sluter, en la Cartuja de Champmol, en Dijon, en el que aparece representado uno de los profetas del Antiguo Testamento. Pero a quién representa, es lo de menos. A mí lo que me hace dirigir la mirada es esa mano, esas páginas esbozadas apenas en la gruesa textura de la escayola, con todo lo que ello implica. Unas horas de lectura apasionada al lado del objeto más extraño y más maravilloso que haya inventado nuestra especie. Eso es lo que me hace desentenderme del rostro del profeta, y concentrarme tan sólo en una parte esencial de la obra. Es la única que me interesa, la única que me hace soñar que hace más de seiscientos años, alguien vibraba como yo, haciendo lo mismo que yo, de un modo diferente, pero siempre igual.

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