HOY CUMPLO AÑOS

Cuando a alguno de mis alumnos se le ocurre -bien en broma, bien en serio- aludir a lo viejo que soy, siempre le respondo del mismo modo. Le digo que “viejo, sí, por suerte”. A continuación, surge la pregunta que yo espero: “¿cómo que por suerte?”. Y luego, desarrollo el breve argumento, que suele dejarles patidifusos, al menos unos instantes. Les digo: “Sí, por suerte. Porque si ahora tuviera lugar un terremoto o una inundación aquí en Asturias, y por desgracia muriéramos los dos, yo habría vivido muchos años, y tú sólo unos pocos”. Y aprovechando su desconcierto inicial, continúo. “Claro, porque yo he vivido más de 50 años, con mis alegrías (muchas más) y mis penas (muchas menos), he conocido muchas personas, paisajes, ciudades, literatos, artistas. Pero ¿tú? ¿Cuánto te ha dado tiempo a conocer?”. Por supuesto, se lo digo sin acritud, y siguiendo un guión que me conozco bien, pues lo escenifico todos los cursos alguna vez. Y siempre con una sonrisa cómplice, pícara e inclusiva… salvo en un caso que tuve hace años, que insistió algo más de lo habitual, y con desvergüenza inaceptable en un ternasco de la ESO, que reprimí como procedía y que no retomaré ahora, por su excepcionalidad.

Viene esto a cuento de que hoy cumplo años. En concreto, 55. Creo que es un número bonito. O al menos a mí me lo parece. Siempre que podamos atribuirle belleza a algo abstracto y matemático a la vez. Pero, sí, me parece uno de esos números a los que señalamos “redondez”. Otro año más, puntualmente, cada 7 de mayo.

La edad es algo a lo que le damos por lo general demasiadas vueltas. Como tema de conversación, es imbatible, sin dejar de ser estéril; es uno de los más recurrentes, sin que se llegue a ninguna conclusión, como no sean las más tópicas. Lo que resulta más difícil es asumirla, comprender que tenemos un tiempo limitado y que por fortuna desconocemos su final. Ningún animal lo conoce, pero nosotros tenemos el inconveniente de que sabemos que hay un final. Es eso lo que más angustia la existencia. A mí, en cambio, me la alivia. La inmortalidad es la tortura más dolorosa que se le podría infligir a alguien. Y como no albergo idea alguna de trascendencia, tomo de la mano a los estoicos para aceptar mi condición humana sin desgarro ni exigencia infundada. Bebo también de los epicúreos para hacer del placer (en su más amplia acepción) el bien supremo, y aprovechar cada momento como si fuera el último. Claro que también se me entreveran las ideas de los escépticos creyendo que todo cuanto sé se basa sólo en mi experiencia subjetiva y que, por descontado, mis conocimientos podrían constituir un monumental mausoleo de errores. Me dará lo mismo: para cuando llegue el momento, espero estar lo suficientemente sereno como para que el terror no me invada ni me induzca a caer en incoherencias trascendentes o decisiones miedosas propias de ese momento final.

Aún aguardo la crisis de los 30, la de los 40 y la de los 50, que no se presentaron a la tópica cita. Por tanto, imagino que, conociéndome, no hayan querido gastar energía en balde, y que no hagan acto de presencia a estas alturas. Perderían el tiempo de manera miserable. Justo lo que yo intento no hacer cada día.

2 Comentarios

  • Sasy
    Posted 23 de enero de 2021 18:30 1Likes

    Querido Maestro:
    Podrán quitarnos la guitarra, pero lo bailao no nos lo quita nadie!!!
    Vieja la ropa y viejos los muebles!!!

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