HITOS DE MI ESCALERA (26)

Recordará nuestro fiel lector (o lectora) que en el anterior capítulo de estos “hitos”, mis padres, por casualidad y de pasada, pudieron contemplar en vivo y en directo los arrumacos y afectos que nos procurábamos aquella chica y yo en un parque cierta tarde de domingo. Horrorizados, debieron sentir lo que la mayoría en su situación. Por lo que, cuando llegué a casa por la noche, me esperaba mi padre despierto para comunicarme, enfadadísimo, el tremendo disgusto que les había producido “el espectáculo”, lo cual había motivado que mi madre acabara en cama, presa de una más de sus paranoias productoras de llanto. El disgusto y la bronca fueron aún mayores porque, por supuesto, todos pensaron que mi estupenda trayectoria académica se iría al traste por la acción de aquella joven que me “haría perder el norte y el orden de mis prioridades”. Bueno. No sigo comentándolo, porque no trascendió más que lo que en realidad nos ocupaba a ella y a mí. Que fue más estimulante, y contribuyó -erróneamente- a envanecerme y a dar por logrado lo que en realidad no era más que un espejismo.

El caso es que, como estaba previsto, el “novio sub-oficial” llegó aquel puente de S. José del año 1981. Y, claro, a ella no se le ocurrió otra cosa que salir todos juntos, los tres, más una amiga de ella, para completar el cuarteto. Yo pensé que era un muy mal plan, pero accedí a ello, lo cual da una idea de cómo mi lóbulo pre-frontal estaba de subdesarrollado en aquellos tiempos. No obstante, pese a todos los pronósticos, todo salió a pedir de boca para mis intereses, porque la chica en cuestión se dedicó a humillar al sargento de un modo tan continuado y lacerante, que hasta a mí me pareció excesivo. Aquel sujeto resultó ser una bellísima persona, por cierto, y un hombre con una paciencia y educación, rayana en la estupidez, pues cualquiera con un mínimo de dignidad habría mandado a aquella arpía a la mierda. Pero resultaba que aquella arpía era mi amada, y a mí me pareció que entre los dos, estaba optando con claridad por mí, y que la disputa tendría un vencedor claro, que no sería otro que yo. Lo cual me creí por espacio de dos meses fantásticos, en los cuales yo pensé que el título de “novio oficial” había cambiado de bando. Como se sabe bien que la ingenuidad es característica común de los primerizos en estas lides (y yo no fui una excepción), se puede adivinar sin demasiado esfuerzo la continuación de la historia.

Pese a que me las prometía felices, porque en la práctica era yo quien se llevaba el gato al agua, en la teoría, ellos dos seguían siendo pareja oficial, con cartas, llamadas y demás, que a mí no me afectaban en absoluto, porque veía que la entrega de ella hacia mí no tenía fisuras. Por aquel entonces, estábamos en junio, acabando el curso de 1º. Yo lo aprobé todo, y a ella le quedó el latín. Fue un disgusto, pero pequeño. Yo me comprometí a darle clases particulares durante todo el verano, y a ayudarla a sacar la asignatura. Pero ella dijo que quería pasar unos días de descanso “en el sur”. En Sevilla, claro. Con el sub-oficial, se entiende, con cuya familia se entendía muy bien. Aunque, según me aseguró, en realidad iba a romper amarras definitivamente con aquella historia que “no iba a ninguna parte”. Yo, con gran petulancia, me creí lo que afirmaba, y por ello la despedí muy contento. Pero cuando regresó, diez días después, ya nunca volvió a ser la misma. Y aunque a mí me quedaban aún varias semanas para mantener la ilusión de que todo corría a mi favor, en aquélla no pude sospechar lo equivocado que estaba.

(Concluirá pasado mañana)Amo

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