ESPERANZAS LUMINOSAS

No deja de sorprenderme, por más que recorra el mundo y más viejo me vaya haciendo, comprobar que en cualquier iglesia que visite haya siempre alguien que está introduciendo alguna moneda en algún cepillo, para poder alumbrar una vela, tradicional o electrónica, con que poder materializar un ruego o un agradecimiento a Dios, la Virgen o a cualquiera de los muchos integrantes del santoral católico. A la pregunta lógica de si quienes lo hacen son personas mayores, la respuesta es que no. En lo tocante al tema de las velas, el panorama cronológico es mucho más amplio que el que se observa sobre quiénes asisten a misa, que es claramente provecto. O sea, que rogatorias, preces y agradecimientos son patrimonio de cualquier edad. Y a la segunda pregunta de si son lugareños quienes así proceden, se responde igualmente que no. Que los turistas y visitantes son igualmente participativos en tales acciones.

Me sorprende, claro. Sin embargo, lo respeto, desde luego. Pero me sorprende. Y mucho. Aunque también me conmueve. No como antes, que veía algo así y comenzaba a despotricar y a asignar ignorancias y culpabilidades sin cuento. La clave está en comprender. Si comprendemos, censuramos menos. Lo cual no quiere decir que lo justifique. Yo no creo en nada de esto, y mi mente racional entiende que es una pérdida de tiempo (y de algo de dinero) completa. Pero lo es para mí. No para quien se gasta unos euros en comprar o activar unas velitas ante un altar de una estatua de piedra o madera policromada. Para esas personas no es una pérdida de tiempo. Es una forma de alimentar el combustible básico de la existencia: la esperanza. Que a mí me parezca una estupidez no importa. Y sólo por eso ya está justificado dicho acto. (Por no hablar de que las hileras de velas en la oscuridad me ofrecen unas posibilidades estéticas que no sólo no desdeño, sino que aprovecho con impudicia y jaleo sin cesar. Como se puede observar aquí arriba.)

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