EL PULPO AMIGO, TEMEROSO DE LA NIEBLA

Existe en La Coruña un pulpo extraño. No predice los resultados deportivos, ni tampoco sirve para ser paladeado en compañía de cachelos y buen ribeiro. Es un pulpo que huyó de las profundidades y alguien con buen ojo le propuso transformarlo en una escultura popular, a lo que el animal accedió de inmediato, a cambio de no tener que huir nunca más de sus depredadores. Y desde entonces, la gente que pasa lo saluda, lo acaricia, se hace fotos con él, y él disfruta de la compañía y del aire libre, al que parece haberse adaptado maravillosamente bien. Ni el sol ni la lluvia lo amedrentan ya, porque no tiene enemigos, dice. Pero hay algunos momentos en que sus peores pesadillas parecen cobrar cuerpo. Y se convierte en un cuerpo esponjoso, que apenas se puede tocar. Es cuando se levanta la niebla desde el mar y sube por la ladera costera y llega a su altura, y lo oculta de las miradas de los demás. Entonces, se asusta, entra en pánico, cree que desde el fondo lo requieren para juzgarlo por su ausencia o para comérselo sin más. La niebla no le deja ver alrededor, y entonces es cuando se encoge y quiere desaparecer, pero ya no puede soltar tinta como antaño, y cuando uno se acerca suficientemente ahí se lo encuentra, temblando, cerrando los ojos e implorando por dentro que no seamos nosotros quienes lo devolvamos a su lugar de origen. Cuando eso sucede, el truco está en acercarse a uno de sus dos ojos, y susurrarle muy despacio el conjuro “octopus manet, amicitia humana eterna”. Si se pronuncia despacio, se le notará más distendido, y aunque seguirá mirando la niebla de reojo, aguardará que levante con un poco más de esperanza y con la confianza creciente en que ya no regresará al mar nunca más.

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