INSPIRACIÓN

Apoyado en un banco contra un pajar, el joven caminante buscaba afanoso las palabras que le faltaban para acabar una canción que estaba componiendo. Mientras, rasgaba su guitarra con más mecánica que técnica, y con la mente más puesta en las rimas que en los acordes. Al rato, maldijo. Era normal, pensó, que en un pueblo tan horroroso, con las casas medio derruidas, sin apenas un alma, con más barro que hormigón, con más suciedad que líneas rectas, era normal que no pudiera inspirarse con la suficiente calidad. Así estuvo un par de horas. Hasta que pasó un campesino, que le hizo un ademán no tanto de indicación como de saludo, pero que con la mano dirigió su mirada hacia la calle más ancha. Y entonces contempló la conjunción sencilla y exacta de una farola antigua atravesada por un níveo contraluz, de la nitidez del primer plano y de la borrosidad del fondo, y del cromatismo terroso y uniforme del adobe. Se sonrió. Lamentó las maldiciones precedentes. Y la letra de la canción comenzó a surgir con fluidez y aliento, sin que nada la estorbase en su brotar.

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