EL JUEGO DE LOS TRES ANIMALES

A las facultades, no sólo se va a aprender una disciplina intelectual. También va uno a divertirse. Ésa es la impresión general, aunque no era mi idea de entonces, desde luego. Yo fui allí para impregnarme de todo el saber posible para ser el mejor catedrático de Historia habido y por haber en el mundo mundial. Ejem. Sin embargo, también aprendí cosas divertidas -entre ellas, a jugar al mus-, porque no te puedes sustraer a todo cuanto te rodea, y menos con veinte años (y cuerpo de ola).

Un día de no sé qué mes, ni de qué curso, se dio una situación curiosa en mi facultad de Geografía e Historia, en León. Estábamos en un rato de tantos en que esperábamos a uno de esos profesores que piensan que la puntualidad es obligación exclusiva de los demás, y cuyas explicaciones sobre sus retrasos él pensaba que eran connaturales al cargo “de gran responsabilidad” que ostentaba. Pues bien, en uno de esos lapsos, una compañera nos vino con un juego que ella llamó “psicológico”, y yo de mano califiqué de parida mental sin más conocimiento del asunto. Pero como no teníamos otra cosa que hacer, aceptamos su propuesta.

Se trataba de poner en un papel la lista de los tres animales que más nos gustaran a cada uno, por orden de importancia (lo cual había que pensar pausada y razonadamente), y colocando al lado las cualidades por las que eran nuestros preferidos. Cada uno nos pusimos a nuestra tarea, y luego se verían los resultados. Aquí he de decir que aunque estas cosas me parezcan una tontada, cuando me pongo a ellas, las realizo con toda dedicación, justamente para sacarle los colores, si la cosa falla o no se logra el efecto esperado. [Llegados a este punto, debo advertir de posibles spoilers. De modo que si quien esto lee desea probar el juego, debe dejar de leer aquí, realizar la prueba, y luego proseguir con la lectura].

En mi lista elegí en primer lugar al águila real; en segundo, al tigre; en tercero, al perro pastor alemán. Al ave, por su particular belleza, por su vista penetrante, por su fuerza pese a su pequeño tamaño, por hallarse encima de todos cuando vuela, por su carácter solitario, por su pausado ritmo de vuelo habitual compatible con una velocidad de ataque impresionante. Al felino, por ser el depredador más temido en tierra -incluso por los humanos-, por su fuerza implacable con sus presas, por la belleza de su figura en armonía con su gran tamaño, por su carácter solitario alejado de todo gregarismo, por su paciencia en el acecho. Al cánido, por su elegancia, su destreza, su fuerza, su capacidad de aprendizaje, su lealtad, su capacidad de salto, su carácter afable compatible con el agresivo si se requiere.

Cuando todos hubimos escrito nuestras listas, la inductora del juego nos desveló el significado. El primer animal revelaba nuestros deseos más ocultos, aquello que nos gustaría ser. El segundo ofrecía la imagen que los demás tenían de uno, es decir, cómo nos ven los demás. El tercero, mostraba lo que cada uno es en realidad. Me quedé atónito, porque en un porcentaje muy alto, aquello concordaba mucho con la realidad, o con lo que yo pensaba que era mi personal realidad. La clase siguiente me enteré de poco, he de admitir. Todavía conservo aquel papel.

Por supuesto, hoy sigo pensando que fue una chorrada más, pero en aquel momento me dio que pensar y me cambió un poco la idea sobre estas “cosas”. Aún hoy sigo pensando en el resultado. Y sonrío.

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