EL ÁRBOL RESISTE

Sabe que no es el árbol más bello, ni el más alto, ni el que procura mejores frutos; menos todavía, el que a su buena sombra se arracimara la gente. Sabe de su soledad, de su forma encorvada, de su carácter singular, alimentado por los vientos y el orgullo de crecer sin el apoyo de sus iguales. Pero sabe también que es una referencia del lugar, que cualquiera que pasa lo ve, que lo identifica con facilidad, que podría servir de punto de encuentro. Se sabe solo, raquítico y poco útil. Pero es; y todo cuanto es y ha sido, lo es por haber insistido en ser, estando en un lugar concreto, sin separarse jamás de donde nació, jurándose que para ser sólo debía persistir, fuera en el error o en la verdad, pero por propia decisión, no por la de otros. Y ahí sigue, resistiendo el embate de los elementos, haciendo compañía silenciosa a otros dos solitarios como él (sobre el acantilado, que le da sostén; y al lado del faro, que lo ilumina de cerca por las noches y le reenvía silbos y mugidos del viento, mientras la espuma del proceloso mar le humedece el ramaje. Encorvado, solitario, aislado, el árbol resiste. Todavía.

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