AUTOEXTINCIÓN (MICRORRELATO)

El unicornio fue un animal muy caprichoso. Bello, pero tornadizo, y de mente voluble. Tenía ideas hermosas, pero algo inconexas, que le brotaban de su interior, caliente y excitable. Un día le dio por querer volar, pero no de cualquier modo, sino ser el mejor caballo volador. Pero le informaron que no podría rivalizar en potencia y rapidez con Pegaso, y pronto desechó la idea. También deseó fundar una estirpe que lo inmortalizara para la eternidad, y buscaba aparearse de continuo, pero las yeguas lo rechazaban siempre, al ver lo prominente de su cuerno frontal, y huían atemorizadas de él. Más recientemente, deseó aprender a nadar y ser el animal más ágil que surcara los mares, pero cuando llegó a tierras nórdicas y contempló la pausada elegancia con que se deslizaban cerca de la superficie los cuerpos fusiformes de los narvales, con sus colmillos helicoidales, hubo de aceptar que no tenía nada que hacer. Por ello, en un arranque de desesperación, decidió desaparecer para siempre. Y a fe que en ello sí alcanzó gran destreza, pues nadie volvió a ver uno jamás.

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