MILAGROSA EQUIVOCACIÓN (MICRORRELATO)

Aquella chica se había prometido que le declararía su amor en público, que todos se enterarían de su pasión por él, que dejaría huella en su conciencia. Sabía que eso a él no le iba a gustar, pues era adusto, reservado y nada proclive a ser el centro de atención de nada. Pero para ella resultaba esencial que así fuera. Por eso, el día previsto sabía en qué lugar se encontraría, y además poseía información confidencial sobre uno de sus deseos de siempre: salir descalzo con su cofradía en la procesión que ésta organizaba. De ese modo, lo esperó en un recodo donde se afincó con dos horas de antelación, tiritando de frío, para no perderse el espectáculo ni el privilegio de poder anticipar su llegada. A la hora señalada, el nazareno dobló aquella esquina. Sus pies llagados y sangrantes se le figuraron como la imagen más dulce que pudiera contemplar. Sin decir palabra, la chica salió de entre el público y se arrojó en mitad de la calle, arrodillada y abrazando las piernas del cofrade descalzo. “Te quiero, mi amor. Necesito que lo sepas. Soy tuya, quiero serlo siempre. Tuya, tuya…”. Todas las miradas convergieron en aquella escena inesperada. Pero desde más arriba una voz serena y dulce de mujer le respondió que aquello era un verdadero milagro, que al fin se habían cumplido sus sueños, aquellos por los que había rogado durante años; quien así se le declarara debía ser la mujer de su vida, y con rotundidad le solicitaba que lo fuera, que demostrara su amor acompañándola a su lado, ante todos, hasta que la procesión acabara. Instantes después, sin que nadie supiera qué sucedía, todo el mundo pudo ver cómo aquella chica continuó la procesión firmemente unida a aquella penitente descalza a quien acompañó imitando su sacrificio, con sus zapatos de piel en la mano.

Del libro inédito Micrólogos

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