MAL SALTO (MICRORRELATO)

Fue un mal salto. Ahora lo sabes bien. En este instante, cuando los espasmos de dolor te acometen por todo el cuerpo, lo sabes bien. Te mareas de tanta sangre como pierdes, pero te das cuenta de que sí: fue un mal salto. No obstante, sabes de sobra que no fue tuya la culpa, que te pasaste un buen rato observando el estrecho pero profundo recodo del río, tratando de divisar los peligros, olfateando el miedo de los demás a tu alrededor, aspirando tu propio miedo a lanzarte. No, no fue tuya la culpa. Tenías que hacerlo, porque aunque la ansiedad te acuchillaba por dentro, paralizándote, también sentías en tus piernas la necesidad de saltar, de echarte al agua, de nadar a favor de corriente una trayectoria oblicua hasta llegar a la otra orilla, donde, al fin, hallarías espacio, alimento y goce. Pero, no, no fue tuya la culpa. Sabes que había probabilidades de que todo fuera mal. Cabía dentro de lo posible. Y te tocó a ti. También a otros más, pero a esos ya no podrás verlos. Saltaron después. Fueron los mismos que desde atrás precipitaron tu salto, urgido por la impaciencia, los que con sus cuerpos sudorosos, empujaban a los de más adelante, y al frente de todos te encontrabas tú. Fue un mal salto, es verdad, pero alguien tenía que hacerlo. Y fuiste tú. Nadie podía haber previsto que el elegante impulso que tomaste hacia adelante, el que te lanzaba hacia las aguas para comandar la manada, te arrojase directamente a las fauces que os aguardan todos los años, en el río, para el ritual sangriento que intercambia vida con muerte, muerte con vida. Pero no te culpes. Sólo fue un mal salto. No volverá a ocurrir

Deja un comentario