LA INSULTANTE ACUMULACIÓN DINERARIA DE LOS MILLONARIOS

Hay un par de cosas del capitalismo que nos llaman muchísimo la atención hoy día. No es, como apunta Arundathi Roy en su ensayo Espectros del capitalismo, que este sistema económico no tenga alma o que el dinero de las empresas no tenga nacionalidad, que también. Es la insaciable tendencia, no ya por lograr mayores beneficios, sino a la insensibilidad hacia las personas, sean sus propios empleados, sean sus potenciales consumidores, sean anónimos integrantes de la sociedad general. Eso, por un lado. Por otro, la inagotable búsqueda de cómo alcanzar más y más dinero. Son cosas que uno no entiende, porque es justo eso mismo lo que acabará con dicho sistema, a la corta o a la media, si las tendencias no se invierten (que no tienen pinta de hacerlo).

Cuando hace unos días se publicaron las terribles cifras que hablan de que unos pocos personajes atesoran más riquezas que estados enteros, que millones de personas, uno se pregunta los porqués. También: ¿para qué? ¿Qué buscan con tanto ahínco en la acumulación insultante de tales cantidades de dinero, que marean sólo viéndolas? ¿Es precisa tal ambición? ¿Les hace sentir mejor verse a la cabeza de los afortunados del mundo? ¿No sabrán hacer otra cosa, y por eso se dedican a hacer lo único que saben y pueden? Es lícito, desde luego. Las reglas sobre las que circulamos lo permiten, e incluso instan a ello. Pero, desde luego, no es legítimo. La desviación entre los que más tienen y los que menos, no es ya sólo insultante para cualquiera con cierta sensibilidad, sino que es el cáncer que terminará con ellos mismos, como en su momento las revoluciones liberales estallaron cuando la soberbia insensible de los estamentos privilegiados despreciaron todo aquello que no fuera ellos mismos. No es legítimo, afirmamos muchos. Con seguridad, tampoco será ético. Ni necesario, ni positivo, ni estimulante. Sólo será legal. Entonces, ¿a qué se espera para cambiar las leyes para que deje de serlo?

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