LA CERILLERA Y EL SOLDADITO DE PLOMO (MICRORRELATO)

La cerillera se moría de frío en la noche invernal. No había vendido nada, por lo que estaba de muy mal humor. Un niño, que pasaba con su padre de la mano, le arrojó en la faltriquera un soldadito de plomo viejo con el que iba jugando. Lo miró y lo palpó con los deditos que asomaban por los mitones. Estaba caliente, pero no le confortó lo más mínimo, pues estaba muy enfadada, así que se dedicó a darle repetidos golpes contra el suelo. Como la sonrisa del soldadito siguiera siendo la misma, pese a la deformidad del resto del cuerpo, se propuso castigar tamaña insolencia. Cogió una caja de cerillas, y una a una las fue encendiendo y aplicando a la cara del muñeco. Éste, poco a poco fue desfigurándose y deshaciéndose hasta que múltiples gotas fueron cayendo al suelo. Ella se dedicó a derretirlo por entero, y tanto empeño invirtió, que las gotitas de plomo quedaron esparcidas a su alrededor. Agotada y sin que hubiera cambiado su humor, se recostó sobre el quicio de la puerta donde se encontraba. Sería su última noche. Aterida, moriría cerca del amanecer con un horrible rictus en su cara. Él la había precedido sólo unas horas antes. Su eterna sonrisa planeaba ya sobre ambos.

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