HITOS DE MI ESCALERA (13)

Como ya quedó dicho, mi padre prefería no participar en cuestiones que tuvieran que ver con lo académico, salvo que no quedara más remedio. De mis dos padres, era el único que tenía cultura, pero prefirió no utilizarla ni a favor ni en contra, dejando a sus dos hijos al omnipresente cuidado de mi madre que, de sobra está decirlo, no estaba capacitada para esa misión (aunque ella hiciera lo que buenamente le indicara su instinto). Sus razones tendría, supongo, pero a mí todavía no me ha hecho ni la más mínima mención al respecto, y ese aspecto acaso no se aclare nunca. Aun así, no debe entenderse que mi padre no tuviera algunas ideas muy claras sobre lo que debía ser y lo que no, como se podrá comprobar en el episodio que viene a continuación.

Tras la agónica y dramática concesión del título de Graduado Escolar, venía la espinosa decisión de a qué instituto iría el chiquillo, porque sobre si estudiaría el bachillerato unificado y polivalente, vulgo BUP, no hubo duda ninguna, como tampoco la habría con mi hermano años después, aunque en sentido contrario. El niño estudiaría el BUP, claro que sí. La cuestión sería dónde. Como en casa nunca se contempló la posibilidad de pagar por la enseñanza, salvo que no quedara otro remedio, sería un instituto público. Por aquel entonces, si no recuerdo mal, había tres posibilidades. Dos institutos masculinos y uno mixto (además del femenino, que quedaba descartado por motivos obvios). Uno de los masculinos quedaba en el extrarradio, lejísimos, y la cosa quedaba entre el “masculino de toda la vida”, o sea, el Padre Isla, y el mixto de reciente creación, el de la Palomera.

El infante recién graduado se decantó claramente por el mixto. Había captado, ya a esas alturas, que la enseñanza académica no debía ir reñida con la contemplación deleitosa de las carnes femeninas, habida cuenta del momento hormonal que principiaba ya por aquel entonces -si bien de forma tenue, ha de reconocerse-. Y en su campaña para matricularse en el mixto echó el chico que yo era todas sus energías, sus argumentos racionales e irracionales, y su interés más absoluto. Mi padre no se molestó en discutir. No sé si escucharía lo que yo le dijera, porque, como ya digo, él estaba en otra onda mental, no recuerdo bien si la cosa duró mucho en su debate, no me alcanzan los recuerdos siquiera para decir si hubo dicho debate. Pero la decisión fue unilateral y firme: “de mixto, nada; tú, al Padre Isla, y no se hable más”.

El Padre Isla quedaba a 20 minutos andando desde mi casa, y con los inviernos leoneses, aquello era peliagudo. Pero el problema que más me molestaba era que iba a seguir teniendo compañeros masculinos, y la posibilidad de trabar contacto con el sexo opuesto se iba a minimizar y posponer durante mucho tiempo (aspecto que unido a mi timidez de entonces contribuiría no poco a lo que luego sería mi relación con las mujeres en la primera etapa). Era verdad que gozaba de la mejor fama de todos los institutos de la ciudad, incluido el femenino. También, de ser el más duro y terrible de todos, donde los “elefantes sagrados” acababan sus días académicos. También era cierto que lo que se oía del centro mixto, desde el punto de vista objetivo, no era halagüeño. Porque chicas habría, sí, pero el desconcierto y los problemas de un centro de nueva creación, con la democracia aún por llegar… eran más que notables. Además, siendo honestos, un verdadero alumno debería ansiar la mejor preparación. Pero con 13 años, la capacidad de ver a medio-largo plazo apenas existe, incluso en mi caso, que era a veces más viejecito que los del parque. De modo que a principios de julio de 1976, mi padre y yo fuimos a matricularme al Instituto Masculino de Educación Secundaria “Padre Isla”, donde pasaría los siguientes cuatro años académicos.

Pese a todas las pataletas, mi mal humor, mi orgullo humillado; pese a que aquella decisión prorrogaría mis problemas sociales durante años, y otras muy variadas martingalas, jamás le agradeceré a mi padre lo suficiente su dictatorial, unívoca e irrevocable decisión. Aunque, decírselo, bien es verdad, se lo he dicho más bien poco. O nada, más bien.

4 Comentarios

  • Emma
    Posted 26 de enero de 2021 08:00 0Likes

    Tu padre hizo lo que la sociedad y la tradición exigían de él: que se dedicara, exclusivamente, a ser proveedor. El cuidado de la prole, asunto menor, siempre fue territorio exclusivo de las madres. Y así sigue siendo, en su inmensa mayoría. ¿Cuántos padres (varones) han acudido a la Tutoría de Familias, en los años que llevas de docencia? Muy pocos. Me atrevo a aventurar un diez o un quince por ciento, teniendo en cuenta mi propia experiencia. Y estoy por apostar que la mayoría iban inducidos por sus esposas.
    El cuidado y la educación era “cosa” de la madre, hasta que llegaba el momento del rito de iniciación en la masculinidad preponderante. Ahí sí que intervenía el padre, responsable de que los hijos (en masculino y plural) se convirtieran en el tipo de hombre (un hombre de verdad) que requería (y sigue requiriendo, desgraciadamente) la sociedad. Tu padre volvió cumplir con lo que se esperaba (y se exigía) de él: que siguiera con la tradición.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 26 de enero de 2021 10:27 0Likes

      Tienes razón, sí, Emmina. Pero te faltan datos, como es natural. Cierto que el papel que la sociedad asignaba a cada uno de los cónyuges estaba bien definido y hasta segregado. Y claro que hoy siguen siendo mayoría absoluta las madres en las tutorías presenciales. Pero la implicación de los padres hoy es muy superior a la de nuestra época. De todos modos, si te digo lo de la escasa información es porque yo sé bien que mi padre estuvo cuando tuvo que estar -muy cierto- y que eso merece mi agradecimiento infinito. Pero también sé que mi padre no estuvo en muchos más momentos en los que sí debió estar (por preparación, por obligación; por curiosidad incluso, si me apuras). Y del mismo modo, siendo la época igual, recuerdo el papel de dos padres de sendos amigos que, aun teniendo menos estudios que el mío, estaban allí donde un progenitor tiene que estar.

  • Emma
    Posted 26 de enero de 2021 08:01 0Likes

    (Continuación)

    Cuando tu padre estudió, los chicos no se mezclaban con las chicas. Cada cual, en su rincón. Cada cual, construyendo su personalidad para ejercer su papel, como mandaban los cánones. ¿Cómo iba a consentir, tu padre, que su primogénito se mezclara, se contaminara?
    Nunca sabremos lo que hubiera ocurrido si hubiera ido al mixto. Sí sabemos lo que supuso que no fueras.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 26 de enero de 2021 10:30 0Likes

      Insistiendo en lo que comentaba antes, es verdad que entonces las ideas que predominaban eran ésas. Pero también había padres que eran más permisivos con ciertas cuestiones. Aunque, como ya dejo bien claro en el hito, que se mantuviera en sus trece se lo agradeceré siempre. Ahora, que me cabreó mucho en su momento dicha actitud, eso también está claros como las augas do mar. Gracias por comentar, amiga mía

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