EL MALHADADO CONDE

—De siempre dije que yo era producto de un malentendido. De siempre declaré que a mí la sangre no es que me guste, pero que el fin debe justificar los medios que se empleen para lograrlos. De siempre he tenido enemigos que me han difamado, propalando calumnias de continuo, y que han trasplantado a la imaginación popular una leyenda púrpura de terror sanguíneo de lo más sorprendente. Pero lo que no he dicho nunca es que mi verdadero objetivo no es matar, ni beber la sangre, como se piensa. No. Mi meta no es sino gozar de las mujeres, de su dulzura, su violencia, su piel, su cuerpo, sus movimientos, su lentitud, sus gritos, sus susurros: todo en ellas me atrae y no atiendo a la belleza más que a la virtud, ni a la inteligencia más que a la lujuria, ni mucho menos al poder por sobre todo. Si no hubiera sido por ellas, todavía seguiría empalando turcos en la Valaquia transilvana. Pero es que ellas… Seguro que habrá quien me entienda, y quien alcance a comprender que para gozar de sus favores cualquier artimaña me resulta lícita, incluso producir dolor, incluso arrancar la vida. Ello no me convierte en un monstruo, pues hoy día ha llegado el punto en que la mayoría, ya atraídas por mi fama malhadada, me ofrecen su níveo cuello para que extraiga de ellas lo que piensan que más me satisface; pobres infelices. No, no soy ese monstruo chupasangre del que creen saberlo todo. Pero me encanta que lo sigan pensando.

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