CORRIGIENDO EL “PALABRERÍO CANALLA” (DICIEMBRE 1998)

Dormir muy poco. Apenas. Pensar de continuo en la obra que estoy ultimando. Compatibilizar vIda diaria biológica, con vida laboral, con vida creativa. Corregir una media de diez páginas diarias a un ritmo enfebrecido. Abusar de los estimulantes, café, té, taurina. Soportar una hiperactividad sorprendente y un cansancio proporcional a mis dislates. Ésa es mi personal forma de entender la bohemia, la libertad.

Divido el tiempo que me resta el trabajo en dos partes principales que tienen que ver con el mismo mundo, pero cuya aproximación al mismo no tiene nada que ver la una con la otra. Me escindo entre mi yo lector y mi yo escritor. Como siempre, sí. Pero jamás como en estos días. Corrijo cinco páginas del Palabrerío, en lo cual invierto casi dos horas. Y me agoto. O me hastío. El modo en que me relajo tiene que ver con la lectura a la búsqueda más de placer licuante que de modos y formas con que aprender. Leo entonces para apurar la magia que este proceso alquímico me produce. Leo entonces para disfrutar, sin más efectos secundarios, por pura diversión, que no es lo mismo que la pura evasión.

Constato esto con la curiosidad del niño que experimenta algo novedoso y que no sabe bien qué consecuencias completas le acarreará, pero que, de momento, se fascina con todo lo que observa y siente. Lo escribo porque nunca me había ocurrido esto. Nunca había sentido esta dulce tiranía que me hace disfrutar horrores, a cambio de generarme una ambigua sensación de monótona rutina obligatoria. Mi estado actual se resumiría con la palabra extrañeza, con carácter positivo, qué duda cabe, pero me siento extraño, como usurpando unos pastos que me parecen ajenos, que aún no percibo como propios, y sin saber qué decidir, si instalarme para siempre en tales predios y alimentarme en lo sucesivo de nutrientes tan ambiguos; o, por el contrario, huir despavorido por el miedo, por la cobardía de asumir mi condición de escritor y pechar con las cargas que conlleva inevitablemente toda vocación.

De momento, bipolarizo mi tiempo y mi dedicación a mis dos vicios solitarios más habituales, pero enfrentándolos de una manera inhabitual. Aguardo, progreso, reflexiono. Mientras, el Palabrerío canalla ultima su ser delante de mi mirada, y antes del miércoles 23 estará en mis manos, listo como un regalo, como una promesa, húmedo y gimiente, como todo recién nacido.

Del diario inédito Escorzos de penumbra, 1998-2001, entrada de 18 de diciembre

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