ARREBUJADO EN EL TIEMPO

Sin apenas darte cuenta, contemplaste la escena que tenía lugar ante ti, y pudiste comprobar que aquel día no serías el protagonista y que nadie iba a acariciarte el pelo, ni te haría ninguna carantoña, ni pondría tus muchas cualidades como muestra de la sabia elección de tus amos. Con tu dueña ya amortajada, tus ojillos lo interrogaban todo sin respuesta; y no pudieron impedir que resbalara alguna lágrima que por supuesto nadie vio, pero que tú sorbiste como sin querer, lamiéndola del suelo, para seguir con la tradición que te convertía en uno de los seres más limpios de palacio. Tras las solemnes exequias, la estatua yacente de la mujer que más te quiso fue cincelada con primor por un artista flamenco de gran valía. Él dijo que te había tomado como modelo, pero también aseguró que cuando la réplica estuvo lista, no te volvió a ver. Cuando te contemplaron, arrebujado a los pies de tu ama, todos se apresuraron a alabar el parecido físico y a agradecer al escultor la simbología de tu presencia. En cambio, que tu gran corazón de alabastro haya seguido latiendo, es algo que nadie ha llegado siquiera a imaginar

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