LA PERNICIOSA COSTUMBRE DE LOS CRISTALES EN LOS MUSEOS

Siempre me molestaron los cristales que se colocaban en los cuadros de pintura de los museos. También en las fotografías. Antes, aún entendía la costumbre en el primer caso. Ahora ya no, aunque puedo entender el miedo de los propietarios de las obras a que les suceda algo. Pero ¿qué probabilidad hay de que les suceda algo? Muy escasas. Como consecuencia negativa de esa “protección”, la contemplación de la obra es, en el mejor de los casos y con una óptima iluminación, claramente insuficiente. Pero donde no se justifica jamás un cristal enmarcando y “protegiendo” una obra es en el caso de las fotografías. En el caso de los cuadros se puede entender que cada uno de ellos (serigrafías warholianas y derivados aparte) es una obra única. La fotografía, por definición, no lo es. De modo que la colocación de cristales ante las imágenes fotográficas no obedece a nada racional. La medida parece dispuesta para impedir que los espectadores puedan disfrutar a plenitud de cada fotografía.

Esta toma se sacó con la cámara de un móvil en la exposición Untold Stories, en la nueva sala de exposición inaugurada por la mecenas Marta Ortega, que es una selecta retrospectiva de unas cuantas imágenes del fotógrafo germano-polaco Peter Lindbergh. Las obras expuestas son soberbias, pues no en vano reproducen las que él mismo había seleccionado para constituir su testamento artístico, y que su hijo se ha encargado de realizar, tras la muerte del fotógrafo. El marco, en unas antiguas naves del puerto coruñés, reconvertido en sala de arte, con todas las paredes negras, y todo el uniforme del personal a juego, magnífico. La explicación de cada una de las fotografías es escueta, pero sirve para identificar el quién, el cuándo y el dónde, que es más que suficiente. Y hay dos paredes empapeladas con fotos gigantes unidas sin corte, que son una maravillla. Pero el resto de la colección, que, insisto, es magnífica, todo el resto está expuesto con marcos de madera neutra y un cristal brillante tremendo que refleja todo el entorno -todo-, incluido el espectador, que puede comprobar de paso si va despeinado, si alguien se acerca por detrás o si la barriga le ha bajado o subido. Una verdadera pena que a mí me hace muy ingrato algo que debería ser un festín.

Con todo, uno ya es perro viejo, y ha aprendido ciertos trucos. Uno de ellos es usar un filtro polarizador, pero sólo sirve con cámaras réflex (lo que hoy no era el caso) y además, le quita dos puntos de velocidad y luz a la instantánea, con lo que la hace más dificultosa; y no siempre el polarizador neutraliza todos los brillos. Otro truco consiste en fotografiar en oblicuo, para evitar reflejos frontales. Sin embargo, esto hace que los reflejos provengan de otro lado, con lo que pueden ser tan mortíferos como los de frente. A veces he optado por contrapicados extremos. En fin. Casi nunca es satisfactorio al cien por cien.

Pero hoy, en una de las salas, había una serie de fotografías más inusuales de este fotógrafo. Son las que le sacó al asesino Elmer Caroll, en 2013, poco antes de ser ejecutado en Florida mediante el procedimiento de la inyección letal. Lo sorprendente es que estaban todas a una misma altura, que el fondo de las paredes era negro, y que con un poco de paciencia logré unos instantes en que nadie pasaba por detrás. Así que utilicé el reflejo que provocaba el fatídico cristal para mostrar otras dos imágenes de este hombre, y lograr una imagen que -modestia aparte- no desmerece el original. Hoy pude hacer de la necesidad virtud. Pero ha sido una excepción a la regla de frustración que esta práctica me procura.

Pd/ Hurgando en la red, me encuentro con este párrafo:

El montaje de Untold Stories replica hasta el último detalle el diseño ideado por el fotógrafo (…). Los marcos de las fotos son de la madera que él eligió y no hay rastro de cristales antirreflectantes, porque Lindbergh quería que las personas que se plantasen ante sus imágenes viesen también su propio reflejo en ellas, alumbrando así una versión única de cada imagen.

Pues vale. Lo asumiré, pero me parece una tremenda gilipollez

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