FALSEDADES

—Estoy harto de falsedades. Demasiados errores jalonan mi vida, y soy el desgraciado producto de todos ellos. En primer lugar, no me llamo Frankenstein. Ese fue el malnacido (él se autodenominaba doctor) que me creó juntando y cosiendo, a modo de remiendos, los penosos restos de otros hombres. Fue tan infame, que ni nombre me dio. Soy su creación, sí, pero en realidad soy el monstruo que dio a luz su cabeza monstruosa. Por otro lado, tampoco tengo tuercas ni tornillos saliendo de mi cabeza y cuello: la creadora de mi historia jamás ideó que fuera un ser con partes de metal, sino un amasijo de vísceras y miembros humanos. Ha sido el cine el culpable de que hoy todos me identifiquen con la imagen de ese famoso actor de los años treinta, que tan bien daba en pantalla, pero que tan poco se me pareció nunca. También ha sido el cine el responsable de la imagen hasta cierto punto edulcorada que ese ser transmite. Yo soy mucho más malvado que él, a quien se muestra como un ser que comete maldades sin darse cuenta de ello. Yo, no. Yo las he cometido consciente y gustosamente. Y seguiré cometiéndolas por siempre. Tampoco buscaré el diálogo con mi creador para que ese bastardo me dé la vida que merecí o me asigne la muerte digna de los desheredados. Estoy harto de falsedades. Hora es de que diga la verdad. El impostor ya no existe: yo mismo lo estrangulé. Nadie de su familia existe, tampoco: uno a uno fueron cayendo. Me he vengado como procedía. Siempre fui exactamente el monstruo que los demás fueron creando en su imaginación, justo eso. Y no quiero dejar de serlo nunca más. Es mi esencia real, la única, sin falsedades.

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