GILGAMESH, HÉROE O GENIO

Visitar el Louvre siempre ha estado entre las cosas más maravillosas que a mí me han sucedido en la vida. He estado varias veces en la capital francesa, y si algo nunca faltó en cada visita, fue el Louvre. Pero siempre había sido un “solo” día. La última vez que estuve en París, en 2012, comuniqué a mi pareja que, si íbamos a estar 15 días, dos al menos debían ser para el Museo de museos; lo necesitaba, y aclaré que me parecía innegociable. Por fortuna, no tuve mucha resistencia, ésa es la verdad.

Me reencontré de nuevo con mis mitos personales. En la sección antigua -inabarcable, pero fascinante-hay una figura para la que la memoria asociaba a un personaje. Y en esta visita pude salir del error, suponiendo que lo fuera. La figura que está ahí arriba es una obra de arte asirio, que se halla en la misma sala que los toros androcéfalos del Palacio de Sargón II en Khorsabad. La altura y las dimensiones de dichas esculturas resulta imponente, pero había una cuyo interés para mí era especial. Es justo la aquí reproducida. Muestra desde una posición frontal -aunque con las piernas de perfil- a un hombre gigantesco dominando un león con una mano, y sosteniendo una honda en la otra. Si comparamos los tamaños de ambos, la desproporción destaca enseguida. Pero el error venía de que yo pensaba que se trataba de Gilgamesh, el protagonista de la primera obra literaria de la humanidad, considerada como tal. Y dicho error se había fundamentado en que las ediciones que yo había manejado ilustraban el texto con esta imagen, atribuyéndole una identidad que al parecer no resulta cierta.

A quien le produzca una sonrisa benévola el chasco, debo aclarar que para mí La epopeya de Gilgamesh es una obra que siempre me removió por dentro, desde que la conocí cuando estudiaba 1º de Historia. La he releído varias veces, y he de apuntar que cada vez que pasa por mis ojos pienso más y mejor de ella, pues, siendo la primera, lo contiene ya todo.

Pero, no. El hombre de la imagen, gigante y dominador, no es Gilgamesh, o al menos así reza la cartela que figura al lado. Es “sólo” un “héroe o genio” que se colocaba para decorar y proteger fachadas como elemento artístico o religioso, y que, con esas dimensiones, debía imponer lo suyo. Mi frustración duró sólo unos segundos, porque la contemplación de las dos figuras lo traspone a uno a otro mundo, donde seres imaginarios dominaban la vida de estos sanguinarios pero sensibles hombres. Visto además en contrapicado, a lo que obliga sus 5 metros de altura, ese rostro impasible pero feroz se contrapone al del terror que nos ofrece la cara de ese león, que más parece un gatito indefenso, en comparación con su terrorífico captor. Dos mil setecientos años de diferencia. En esos instantes yo sentí una pequeñez similar a lo que sentían los asirios cuando entraban en el palacio de Sargón II. Pero, pese a todo, este héroe o genio le pondrá cara para siempre a mi adorado Gilgamesh.

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