Uno entra en una librería con la intención de impregnarse de los aromas que las palabras emiten, para hurgar por los anaqueles, hollar virginidades con perfume de imprenta y comprobar si la cacería surte resultado y alguna pieza resulta cobrada.
A veces, lo que más nos sorprende no son los libros, sino el entorno, mágico, que se establece alrededor.
Cuando vi a este antropomorfo de madera cabeza abajo colgando de una cuerda, rodeado de libros de filosofía, comprobé que imagen, palabra, imaginación, pensamiento y materia, se podían fundir a la perfección.