EL PROBLEMA ES LA IMPUNIDAD

Desayuno los domingos con morosidad manifiesta. Lo hago habitualmente, pero los días festivos remoloneo más, y me detengo en detalles que la velocidad de la vida cotidiana impide realizar a diario. Me detengo, entonces, en una carta al director de un ejemplar de dominical –XL Semanal, nº 1270, muy reciente-. (Algún día alguien tendrá la idea de realizar una completa sociología de nuestro país, llevando a cabo un estudio serio de lo que pensamos, analizando en profundidad estas cartas que los ciudadanos de a pie mandan a los diarios, con la esperanza de ver publicadas alguna vez sus palabras, fruto de sus pensamientos. Pero me desvío.)

Apuntaba que una carta al director había llamado mi atención. En ella, se nos habla de alguien que es conductor de autobús escolar desde hace muchos años, que todos los días las vidas de unos 50 críos dependen de su pericia y su cumplimiento de las normas, y que su sueldo se cierra en 18.200 € anuales. A continuación, nos habla de una señora que dirige el departamento de cardiología de un importante hospital, con muchas vidas salvadas a sus espaldas, se nos recalca, que es recompensada con un salario de 38.000 € al año. Por último nos habla de un fulano cuya profesión es banquero de alta graduación, cuya gestión “ha dejado a centenares de personas sin vivienda, ha hecho que miles de empresas tenga que cerrar y dejará próximamente sin trabajo a más de 700 personas”. Nos refiere la preocupación de este hombre, porque el Gobierno acaba de limitar su salario a un máximo de 600.000 € anuales. El artículo compara las responsabilidades de los tres, y es concluido con una ironía, que busca una pequeña sonrisa que compense tales atropellos, pero que a mí se me resiste.

Pasemos por alto que el hecho de que sea relativamente fácil conducir un autobús (e incluso lograr el empleo) y de que el sueldo de la cardióloga sea incorrecto (es bastante superior). Centrémonos en las responsabilidades, y en las utilidades. No es verdad que la responsabilidad del conductor sea superior o inferior a la de la cardióloga, y la de éstos, mayores o menores que la del banquero. Todos formamos piezas de un engranaje, y todas las piezas son importantes, porque cuando dejan de funcionar, nos resentimos todos. Nadie duda de las utilidades de los dos primeros, aunque muchos ignorantes cuestionen la del tercero. Pero yo no defiendo a este compungido ejecutivo.

Lo que a mí me hace hervir la sangre es que mientras los dos primeros, con toda su responsabilidad a cuestas, si cometen errores (humanos y no dolosos, se entiende), tendrán que pagar por ello, aun no teniendo culpa directa, si el tercero comete desfalcos, desviaciones y tropelías diversas (obsérvese el diferente matiz inculpatorio), puede acabar impunemente limpio, a poquito que haya urdido bien su red de caída.

El problema no es cuánto gane cada cual, aunque resulte insultante que en esta época de globalización informativa, sepamos hasta cuánto se gastan en moqueros los famosos. El problema no es la diferencia abusiva entre pobres, medianos y ricos. El problema es que quienes son culpables de gestiones incorrectas, prevaricadoras, explotadoras, mentirosas y con ánimo de lucro personal, queden sin castigo proporcionado a sus delitos. Eso es lo que genera alarma social, desidia hacia lo político y desesperanza hacia el futuro.

Deja un comentario