DON ANTONIO MACHADO, POETA LECTOR

Don Antonio se sienta en su banco preferido, un poco apartado en el paseo. Lleva, como siempre, un libro de poemas. A menudo, es el mismo. Los versos le inspiran, dice. No en vano él también es poeta. Necesita alimento para su alma atribulada, mudable, penetrante. Pero también quiere olvidar. Lee concentrado, mientras echa atrás el recuerdo al albur de algún verso memorable que le recuerda los limoneros sevillanos y la lejanía de su hermano Manuel, a quien tanto quiere, y de quien la vida le alejará tanto. Lee, y las palabras se le arrebujan y se le mezclan, hasta el punto de que duda si apuntarlas, por si se le pierde el instante mínimo de dicha que las sílabas escandidas en su interior van procurando. Los recuerdos le abocan al presente doloroso, que ya no cuenta con su joven amada, a quien no puede olvidar, por más que haya querido huir lejos. Eran tan dulces sus besos, tan creadora su mirada, sus manos tan expresivas, tan orientadoras. La imagen de aquel feliz entendimiento contra todo pronóstico, le nubla el rostro y le hace apartar los ojos del poema. No es de maldecir, pero le gustaría poder hacerlo. Contra la mala suerte, contra la desgracia, contra el hado, contra el destino, contra la segadora postrera que le arrebató de improviso lo que más quería, y cuya ausencia le anuda el habla y le tuerce el gesto. Pero don Antonio tiene el alma estoica, cincelada en la dura estepa castellana a la que ha dotado de inmortalidad por la sola intervención de su palabra seca y precisa, intensa y significante. Sabe que no puede mantener ese nivel de dolor paralizante, pero como nunca sintió lo que siente, no está seguro de si pasará pronto, o tardará mucho; si el hueco de su niña amada se disolverá de improviso o con la calma de los días de provincia, quedos y somnolientos. A las afueras, legiones de olivos en perfecta formación protegen la ciudad serena. Baeza alberga al gran poeta. Su dolor va impregnando los patios de los palacios. Su entorno indigna su presente maltrecho. Vino desde Soria. Huirá luego a Segovia. España irá penetrando en él por todos sus poros, tanto, que acabará fuera de ella al final de sus días. Mientras, el egregio poeta de descuidada vestimenta, lee versos que acaso le inspiren los próximos que de su pluma emerjan. El cálido paisaje andaluz lo acoge. Los fríos castellanos lo aguardan.

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