Escucha bien lo que voy a decirte. Has conseguido que te haya querido como nunca quise a nadie. Que me riera contigo hasta perder la respiración. Que descubriera mi cuerpo definitivamente, sin generar secretos y alejando todo tabú. Que me atreviera a abrirme a todo tipo de experiencia sexual, guiado por tu sabio magisterio. Que haya podido vivir con más holgura que en todos los años precedentes, gracias a tu patrimonio. Que nuestros planes fueran cada vez más continuos y que acariciara la idea -impensable para mí siempre- de unirme a ti para toda la vida. Pero, presta mucha atención a esto, insisto: si porque tú ya sabías (o intuiste) todo lo que te acabo de exponer, te has creído autorizada a que ante la primera discusión grave en mucho tiempo pudieras abofetearme como lo hiciste, porque pensaste tener derecho a ello, te has equivocado por completo. Porque no va a volver a repetirse, te lo aseguro. No volverás a verme nunca más. Y no te voy a decir qué te pasará si intentas buscarme -y lo consigues- porque entonces podrías protegerte y escurrir el bulto. Pero no será una muerte rápida, tenlo muy claro. Ni tampoco sabrás quién actuará en mi nombre.

Del libro inédito Micrólogos