¡Qué pena! ¡Qué decepción! La exposición Wonderland, dedicada por la Fundación Marta Ortega de La Coruña a la obra de Annie Leibowitz, ha incumplido todas y cada una de mis expectativas. Aunque esta vez el “proteccionismo” de la mecenas gallega no ha sido la única culpable.
Hace unas semanas la fotógrafa estadounidense se trasladó a la capital gallega para ultimar los retoques antes de la inauguración, que también presidió, guiando y explicando a los presentes pormenores de la obra expuesta. Fue ella misma la que dio el visto bueno a la instalación, al contenido de la misma, a la disposición de las diferentes obras, etcétera; hasta los últimos detalles, como su perfeccionismo habitual nos tiene acostumbrados siempre, para bien. Pero esta vez fue para mal.
En primer lugar, la exposición defrauda por lo que expone (el “cuánto”). Muchas fotografías, eso sí, pero la mayoría muy pequeñas y expuestas en montajes tipo collage muy grandes, por lo que no se puede uno centrar más que en unas pocas que quedan a la altura del visitante. Las otras… se ve que están, pero no se pueden mirar con detenimiento ni detalle, por lo que tampoco se pueden admirar.
En segundo lugar, la exposición decepciona por la elección de las imágenes (el “cuáles”), que en modo alguno son las icónicas que han hecho de esta artista una de las más reputadas creadoras mundiales de imagen de moda y retrato en los últimos 50 años. Salvo una docena (y soy generoso con la apreciación), no se espere ver ningún retrato fantástico de los que ya figuran en todas las antologías del retrato desde que el color se erigió en la modalidad dominante de los fotógrafos “de personas”. Esta señora hoy es quien es por obras de antaño muy específicas, que se echan enseguida de menos.
Estas dos deficiencias previas no me habrían hecho escribir estas líneas. Forma parte de la libre elección de expositora y fotógrafa, que yo respeto, aunque sigo pensando que yo esperaba otra cosa de quien sigue siendo un icono del retrato para mí. Lo que me encabronó mucho, muchísimo, fue la forma elegida para exponer esa obra.
En tercer y último lugar, la exposición decepciona por el modo elegido para exponer esas obras (el “cómo”). Ya se habló de la acumulación de decenas de fotografía de su época de reportajes siguiendo a personajes diversos (músicos, sobre todo) mientras trabajaba para la revista Rolling Stone, que hace se miren muchas copias, pero no se pueda ver bien casi ninguna.
En este sentido, lo más grave, a mi juicio, ha sido el perfeccionamiento del mayor defecto que esta galerista-mecenas tiene a gala exhibir en todas sus exposiciones: mostrar las fotografías en marcos con cristal que hacen que no se aprecie bien la obra, y en cambio muy bien si uno va bien o mal peinado, si desea entretenerse contando el número de reflejos que la iluminación provoca, o si desea espiar a alguien en la sala disimuladamente. Pero si en las otras exposiciones previas los cristales (no precisamente mates -que existen, apropiados para exposiciones, que protegen pero minimizan los reflejos-, sino brillantes) sólo protegían las obras, en esta lo que cubre las obras son enormes paneles corridos que van desde el suelo hasta el techo, creando como una lámina -de metacrilato, esta vez- que separa la obra del visitante, multiplicando hasta el infinito los reflejos.
Pero no acaba ahí la tropelía anti-espectador. Los metacrilatos, como toda obra de dimensiones tan grandes, no están compuestos de una única lámina, sino de muchas, cuyas divisiones son exhibidas sin rubor alguno, como si fuera uno de los protagonistas de la fiesta. De hecho, lo son. Porque cuando se mira una pared de equis metros, puede haber equis divisiones verticales, que casi es lo primero que se aprecia. Aunque, insisto, no acaba ahí el despropósito. Dichas divisiones pasan ¡por el medio de las obras!, con total impunidad y beneplácito de sus dos comisarias principales, a quienes parece importar una higa que quienes visiten las supuestas maravillas, lo hagan en unas condiciones decentes que respeten la obra.
Quiere esto decir, por resumir, que cuando uno llega hasta alguna imagen interesante que apetece contemplar (sorteando los miles de reflejos), las probabilidades de que una o dos líneas verticales crucen la obra atravesándola, son del 100 %. Si a esto le sumamos que todas las copias carecen de marcos y están sujetas a la pared de fondo con unas chinchetas largas de tipo colegial, el resultado último es que uno sale del recinto con el alivio de no seguir contemplando despropósitos. Aliviado, pero también muy, muy decepcionado, porque personas de tan gran proyección artística sean las responsables de un desaguisado expositivo como el que se puede contemplar en esta muestra. Decepción, mucha decepción. Y pocas buenas imágenes, pocas.

1 Comentarios
Isay
Yo no estoy tan indignada porque mi energía del día se la lleva otro tema, pero es de todas las exposiciones vistas en el MOP la menos cuidada en todos los sentidos. Así que concuerdo 👍