En lo superficial, bastantes cosas. Habría bastado con que se eliminase la Iglesia católica (no la religión cristiana), por ejemplo —cualquier otro bastaría—, para que todo hubiese sido distinto. En la superficie. Porque en lo esencial, seguiríamos adoleciendo de los mismos problemas que hoy nos acucian, al menos en su naturaleza más íntima. El ser humano se caracteriza por no haber evolucionado de forma notable desde que la especie se forma, allá por el Paleolítico superior. Tenemos las mismas pulsiones, las mismas zozobras, los mismos terrores, los mismos defectos y las mismas virtudes que nuestros antepasados. Hemos progresado de forma infinita en el ámbito material, pero en el mental, aún nos hallamos en mantillas, probablemente porque nuestra propia naturaleza interfiera demasiado en ello, y aunque la razón ha desarrollado logros importantes, a poquito que se escarbe, surge el animal que nuestro arquicórtex acredita y…

Desde luego, si la Iglesia católica no se llega a establecer, es posible que la religión católica hubiese desaparecido, como se evaporaron multitud de nuevas creencias, diluidas por su fragmentarismo y por su falta de alianza con el poder. Pero, desde luego, el destino de la humanidad habría sido mucho mejor desde el punto de vista científico y material. Todo lo conseguido por la civilización greco-latina en ciencias naturales, física, matemáticas, astronomía, etc. habría podido seguir desarrollándose, aun a pesar de las invasiones bárbaras, caso de que se hubieran producido. Y si se hubieran podido desarrollar desde el punto en el que estaban (sin haberse quemado la biblioteca de Alejandría, ni haber sido eliminados por orden de la Iglesia tantísimos volúmenes considerados nocivos, por supuesto), el progreso material del ser humano habría sido gigantesco y se habría anticipado cientos de años a lo que en realidad ocurrió. Habríamos progresado a nivel material y científico, pero seguiríamos siendo los cromañones que fuimos y continuamos siendo, sobre eso no cabe controversia alguna.