Cuando, tras varias horas de vueltas en la cama (intentándolo todo, forzando el pensamiento hasta el recuerdo más profundo), el lógico matemático logró dormirse, llegó un dinosaurio (no el, sino uno) y se lo comió (era carnívoro, el bicho). Podría decirse que aquello resultó una inesperada tragedia. Con todo, sería de esperar que el dinosaurio objetara con rotundidad la tesis esencial de este relato. Y a la espera de dichas objeciones seguimos aguardando. El problema es que no se encuentra por ningún lado ni al sujeto pasivo (lógico) ni al devorador activo. Y esta espera, como es natural, ya no tiene tanta lógica.