










Tras recorrer las diferentes estancias del monasterio, el turista está agotado. Demasiada belleza junta, casi sin descanso. Una iglesia sobria, pero repleta de luz. Una sala capitular algo oscura, con bóvedas a baja altura y sólidas columnas. Un refectorio espacioso, cuyas baldosas aún brillan al sol de la tarde. Unos dormitorios austeros, como marca la regla de la orden. Y,…