POR QUÉ VIAJO

Viajamos. En demasiadas ocasiones, sin plantearnos la motivación. Sólo nos interesa el dónde. También el cuándo. Las más de las veces, atendemos al cuánto (tanto en duración como en coste). Pero no siempre buscamos los porqués de dicho comportamiento. En su definición se halla, en cambio, la magia de su naturaleza.

Conocer. Explorar los límites de la resistencia. Cambiar el registro cotidiano. Alejarse de cuanto nos es propio. Olvidar. Extasiarse ante las novedades que registren nuestros sentidos. Comprender en la lejanía lo que, inmersos en lo habitual, no captamos en su esencia que, acaso, favorezca la distancia. Agotarse. Mostrar que la curiosidad es un atributo animal compartido, pero básico para el intelecto humano. Comparar vidas, costumbres, ambientes, sensaciones, sonrisas, vestimentas. Vivir.

Yo viajo para ver lo que nunca vi. Para aprender en directo lo que suelo enseñar de leídas (u oídas). Para probar sabores que en mi entorno están seriados o estereotipados. Para contemplar distintas combinaciones de atmósfera, aguas, tierras. Para saciar mi curiosidad infatigable sobre los asuntos más diversos. Para conseguir fotografías que antes he imaginado, o que sé que van a surgir, inéditas, únicas, personales. Para buscar dificultades cuya resolución compense y supere los esfuerzos requeridos. Para comparar admiraciones sobre los logros de mi especie y sentir satisfacciones legítimas, aun ajenas. Para comparar lamentos sobre las aberraciones propias de mi especie, y maldecir la estupidez compartida, aun ajena. Para relativizar todo cuanto he llegado a saber y para suscitarme nuevas dudas razonables (y otras que no lo son). Para personalizar mi imagen del pequeño universo al que podré acceder. Para compartir un destino durante unos días con quien más quiero. Para otorgar a las conversaciones un tinte trascendente que no brota en la cotidianidad diaria. Para buscar inspiración de la que beber un tiempo. Para educar mi sensibilidad. Para llenarme día a día de un cansancio acumulativo, pero preñado de justificación significante. Para coleccionar recuerdos que apurar cuando la vejez lo limite o lo impida casi todo. Para que mis sentidos reciban lecciones nuevas y avanzar en mi eterna condición de eterno aprendiz. Para sentirme orgulloso, y más grande. Para sentirme más humilde, y más insignificante.

Pero también para cansarme de viajar y anhelar el regreso. Porque, en definitiva, viajo para que me entren ganas de nuevo de estar donde estoy, siendo un tanto diferente del que fui.

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