LA MIRADA DEL FLAMENCO

Se agrupan por centenares, a veces miles, pues son animales gregarios, comunitarios, de grandes bandadas. Pero cuando se aparean, buscan alcanzar alguna intimidad. En un parque con visitas turísticas eso se antoja bien difícil; las riadas de curiosos que desean ver un remedo de lo que se da en estado salvaje son incesantes a lo largo del día. Por eso, buscan apartarse del barullo y la desconsideración de quienes piensan que se hallan en un parque temático. Así, se alejan o buscan algún cañaveral recóndito donde poder dar rienda suelta a sus instintos. Pero una lente de teleobjetivo de gran longitud focal puede romper esos propósitos, aproximando la lejanía con gran facilidad. Es entonces cuando la realidad de lo íntimo se hace cercana y real, casi al alcance de las manos y se pueden captar los arrumacos y todas las evoluciones del amor, en una suerte de voyeurismo no carente de cierta indecencia.

Estábamos muy lejos, no menos de doscientos metros. Y no afirmo que se cohibiera, pero esa hembra se sintió invadida por completo. Su comportamiento así me lo dejó entender, mientras se desentendía temporalmente de su solícito amante. Yo sé que me observaba desde su lugar apartado. Lo hacía con atención, inquisitorialmente. Esa penetrante mirada amarilla lo demuestra con nitidez.

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