Los Íncipits son, en el plano literario, los comienzos de relatos, cuentos, novelas. Muchas veces, una narración surge del propio comienzo, aunque parezca un juego de palabras. Quiero decir que en ocasiones todo un relato se continúa porque se ha encontrado un inicio prometedor. Muchas otras (son abrumadora mayoría), se dispone del inicio, pero no se sabe o no se quiere continuar. Los que siguen son ejemplos de este segundo tipo. Pretendieron ser algo, y se quedaron en eso: en proyectos sin desarrollar, en potencias sin acto, en relatos que no lograron continuidad. Dejan, eso sí, amplio espacio a cualquiera para imaginar cómo seguirían. Y animo a quien esto lea, a que pruebe y concluya lo que yo sólo pude comenzar. Tiene todo mi permiso para hacerlo, y este escrito se puede mostrar como justificante de ello.
-
- Dios se fue de vacaciones, chulito. Hoy no te vas a librar. Ni con tu labia, ni con tus contoneos, ni con tus burlas o engaños. Mucho menos, con tus golpes. Hoy no te vas a escapar. Ni hoy ni nunca más
- Te sorprendería todo lo que yo sé del marqués. Sus finanzas, sus posesiones, sus opiniones sobre todas las cosas. También, de sus hijos bastardos. Así que no me sigas preguntando, no vaya a ser que te tenga que responder
- Me despedí de aquellas manos ofreciéndole las mías en agradecimiento a cuanto habían hecho por mí, cuando yo necesité de ellas. Ya sólo piel y venas, ya sólo huesos y cables. Me alegré de su partida. No habría soportado verla sufrir más
- Bueno, venga cuando quiera, pero ya no estaremos: marchamos al frente mañana mismo. Quizá no volvamos. Aunque lo más probable es que quien no regrese sea usted. ¿Que por qué digo esto? Por experiencia, señor mío, por pura experiencia
- Sí, vivir es un asunto urgente, pero yo no supe nunca cómo hacerlo bien. Si satisfacía a los demás, yo me hundía hacia lo más profundo. Si me satisfacía a mí, todos se alejaban de mi lado. ¿Qué queréis? Soy el producto de mi pasado. Ahora, no os quejéis de las consecuencias. Yo bien lo intenté, bien lo sabe Dios
- Reconocí esa voz atiplada y chillona que comenzó a hablar a mis espaldas. Me subió un calor inmenso por la espalda. Demasiados recuerdos. Aquella monja miope, culona y despiadada. Tuve que contenerme para no darme la vuelta. No lo hice, por fortuna. Algo en mi interior me contuvo. Si lo hubiera hecho hoy te escribiría esto desde la cárcel
- Y al final lo conseguiste, cabronazo. Y mira que te lo había pedido veces. Toda una vida. Y a cada tanto, te lo pedía: “Declárate de una vez. Ten lo que hay que tener y asume tus sentimientos”. Y tú, nada, que si excusa por aquí, que si pasando por allá. Y al final te fuiste sin hacerlo. Qué idiota fui, enamorándome del mayor de los idiotas insensibles
- A ver, que por ser una marroquí vieja, gorda, pobre y mugrienta, no por eso deja de ser persona, hijo. De modo que deja de boquear, límpiate la sangre y pídele perdón. Igual ya no te escucha, pero las cosas hay que hacerlas bien siempre, y la educación que te he dado se te tiene que notar siempre. Siempre, ¿me oyes? Y venga, que debemos irnos ya
- ¡Qué mal tiempo hace! Todo el tiempo sol, sol, y no llueve ni pa’trás. Esto en mis tiempos no pasaba. Que no llovía en unos meses…, pues Mosén Fernando sacaba al santo en procesión, y en pocos días, ¡zas!, chubascos fijo y a tutiplén. Pero ahora, en esta época descreída, ni los cielos hacen caso a quienes aún rezamos. Y cualquier día: ¡el Apocalipsis!
- Era bien guapo, no te lo discutiré, hija, pero también egoísta y chulo y prepotente y dominante y muchas cosas más que me sacaban de quicio. Y es verdad que a lo mejor debería haber sido más sutil cuando me hice cargo del asunto. Pero ¿qué quieres? Yo soy madre. Cuando lo seas tú, lo entenderás todo. Y hasta puede que me lo agradezcas, incluso