HOMBRE EN EL AIRE

Cuando contemplé esta escultura, me fijé sobre todo en la posición inestable, y me pregunté cómo se sostenía. Solucionadas las cuestiones técnicas, reparé en los correajes que la envolvían. Luego, en su gesto, su postura, el inestable escorzo de su conjunto. Pero había muchas obras en ese museo, muchas sorpresas que apurar en los tres cuartos de hora que faltaban para que ese universo minúsculo y gigantesco ubicado en Portofino cerrara sus puertas hasta el día siguiente.

Es ahora, meses después, al seleccionar, clasificar, distribuir y elegir para editar, cuando me percato de la posible semántica de la obra, cuya autoría no hallé por ningún lado en su momento. Envuelta por unas tiras de tela frágil, que no parece haber sido repuesta desde su creación, y que expuesta al aire libre como está, no tardará en destruirse lenta e inexorablemente. Apoyada sobre una parte del pie izquierdo (ni siquiera sobre el pie entero). En un escorzo casi imposible, que habrá requerido abundosos cálculos físicos para lograr sortear las atracciones de la gravedad. Con la cabeza gacha bajo los brazos, como si estuviera protegiéndose de algo que podrá golpearlo. Desnudo, y de cuerpo esbelto, clásico, bello. De bronce, duro pero hueco, recubierto de una pátina oxidada no se sabe si por acción del aire y el salitre o por decisión del artista que la concibió. Una sorprendente mixtura de tradición clásica formal y modernidad crítica. El modo en que se nos muestra ¿no nos lo hermana en conjeturas, en miedos y en pensamientos? Su inestable equilibrio ¿no es un aviso certero sobre nuestra condición de mortales bajo amenaza? Su paso en el aire (sobre la nada) ¿no muestra la misma zozobra de nuestra cotidianidad? Él, en su conjunto ¿no viene, desde su silencio tembloroso, a representarnos a todos?

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