EXUBERANCIA DEL ARTE MUSULMÁN (APARIENCIAS)

Aunque tenemos una idea de magnificencia de los palacios musulmanes, acaso influidos por los relatos de Las mil y una noches, y por la popularidad del Taj Mahal (que es una riquísima excepción), lo cierto es que el arte islámico era más un arte de apariencias, que de realidades. Se trata de un arte que muestra riqueza y exuberancia, pero usa para ello materiales pobres, como el ladrillo, el yeso, el azulejo. Como su religión prohíbe la representación de su dios -pura lógica: el espíritu no puede ser visto, por lo que no puede ser ni dibujado, ni pintado, ni esculpido-, abunda en cambio en una decoración muy propia, casi exclusiva: la caligrafía inunda sus paredes, sus cúpulas, sus zócalos. Suelen ser versículos del Corán. Entre sus múltiples curvas, la mayoría no entendemos nada. Probablemente, será otra sarta de sentencias apodícticas, axiomáticas, dogmáticas. Probablemente, sí. Pero ¡qué belleza! Cuando uno contempla un lienzo completamente decorado como el de arriba, lo primero que piensa es en mármoles, marfiles, panes de oro. Pero sólo son yeserías. Y hasta cuando reparamos en los luminosos azules, nos imaginamos sin dudar los brillos misteriosos del lapislázuli. Pero sólo es pintura de azul índigo. Sí, tal vez esas bellas curvas hablen de fanatismos y de sentencias sin discusión. Pero, como diría una compañera que cumple hoy años, ¡qué belleza!

Deja un comentario